Resumen condensado del LIBRO PROGRESO Y MISERIA de HENRY GEORGE, CUARTA EDICIÓN ABREVIADA, usada en el curso "COMPRENDER LA ECONOMÍA." |
¿Qué es la ley del progreso humano? Al hombre, por tan bajo que se halle en la escala de la humanidad, nunca se le ha encontrado faltando una cierta facultad de la cual los animales no presentan la menor huella: la facultad de progresar. El hombre, dondequiera que le conocemos, ostenta este poder de completar lo que la naturaleza ha hecho por él, con lo que él hace para sí mismo. El grado en que el hombre manifiesta esta facultad varía mucho. Los pueblos hoy más adelantados eran salvajes en tiempos históricos. Todas las mejoras en los poderes y las condiciones colectivas del hombre, las resumimos con el término “civilización.” El hombre se adelanta a medida que se civiliza o aprende a colaborar en sociedad. ¿En qué consiste esencialmente el progreso de la civilización; que al identificar este principio, nos permite decir cuáles de las diversas disposiciones sociales favorecen el progreso y cuáles no? La creencia vigente es que el progreso de la civilización es una evolución. O sea, se cree que la supervivencia del más fuerte y la transmisión hereditaria de las cualidades adquiridas mejoran las facultades del hombre, y que esto resulta en una civilización cada vez más elevada. Según esto, las naciones más civilizadas son resultado de su superioridad de raza. Entonces, resulta esta idea dominante: Que la lucha por la supervivencia, al grado que se ponga intensa, incita a los hombres a nuevos esfuerzos e invenciones; Que esta capacidad de progresar se fija en la transmisión hereditaria física de los más avanzados y mejor adaptados individuos quienes sobreviven para propagar la especie; Que el agregado de estos forman las mejores tribus, naciones y razas. El resultado práctico de esta teoría evolucionista es una especie de fatalismo optimista que dice que la guerra, la esclavitud, la superstición, el hambre, y la pobreza son las causas que promueven el avance de los seres humanos, eliminando los débiles y elevando los fuertes, y pasando los avances a las siguientes generaciones por la transmisión hereditaria física. Esta teoría quiere decir que ningún cambio social puede prevalecer salvo estos cambios lentos e inexorables de la naturaleza individual que resultan entre las razas y las sociedades superiores. Entonces, ¿ya que el cambio real solamente puede ocurrir por medio de lentas fuerzas naturales, por qué preocuparnos con un sentido de responsabilidad por el futuro? Pero cuando miramos la historia del mundo que nos rodea, topamos con un hecho anómalo: ¿Cómo nos explicamos las civilizaciones que han progresado mucho y luego se han paralizado? Los hindúes y los chinos eran civilizados cuando nosotros todavía éramos salvajes. Pero, mientras nosotros habíamos avanzado desde aquel estado salvaje, ellos se habían quedado estancados por muchos siglos. Si el progreso fuese el resultado de leyes fijas, invariables y eternas, las cuales impulsan al hombre adelante, ¿cómo nos explicamos estas civilizaciones detenidas? Todas las civilizaciones que hasta hoy el mundo ha visto, han tenido sus fases de crecimiento vigoroso, de parada y estancamiento, y de decadencia y caída. El hecho de que el progreso no ha sido continuo en ningún lado, sino que en todas partes se ha detenido o ha retrocedido, refuta la teoría. La regla universal es lo contrario. En vez de que el progreso prepare a los hombres para un mayor avance, cada civilización que en su época fue vigorosa y progresiva como hoy la nuestra, se ha detenido por sí misma. Siempre ha sucedido que los hombres, en el proceso de la civilización, al principio mejoran, pero después degeneran. Toda civilización que ha sido subyugada por bárbaros, en realidad ha perecido por su propia decadencia interna. ¿Hemos de decir que hay una vida nacional o de la raza, como hay una vida individual? Mientras sus miembros individuales se renuevan constantemente con el vigor de la infancia, una colectividad no puede perder fuerza vital y envejecerse. Las causas que han destruido todas las civilizaciones precedentes, han sido las condiciones creadas por el mismo crecimiento de la civilización.
Para descubrir la ley del progreso, primero debemos determinar la naturaleza esencial de las diferencias entre las civilizaciones. Tales diferencias no pueden ser explicadas por las diferencias innatas de los individuos. Por ejemplo: No nacimos con ninguna predisposición para ninguna lengua específica. Los modales y las costumbres de una nación o clase social son resultados de la educación y el hábito, no la transmisión hereditaria. Más que la transmisión hereditaria, el ambiente y las condiciones sociales influyen profundamente en la formación del carácter humano. Diferencias de saber, creencias, costumbres, gustos, y lenguaje no son innatas. Proceden de la asociación. Esto, más bien que la transmisión hereditaria, es lo que diferencia al inglés del francés. Los hombres han estado separados unos de otros por diferencias de clima que producen las más marcadas diferencias en los animales; sin embargo, las diferencias físicas entre las diversas razas humanas apenas son mayores que la que hay entre caballos blancos y caballos negros. Y si esto es cierto respecto a la constitución física del hombre, ¿cuánto más lo será respecto a su constitución mental? Supongamos que un número de niños salvajes substituyesen a otros tantos niños de la civilización moderna. ¿Podemos suponer que, al desarrollarse los niños, presentarían alguna diferencia? Nadie que haya tratado con diferentes pueblos pensaría así. La gran lección que así se aprende es que la naturaleza humana es igual en todo el mundo. Los judíos por mucho tiempo han mantenido la pureza de su raza genética, pero aun así, sólo se puede distinguir una leve y superficial semejanza de apariencia entre sus miembros. El casarse entre ellos es el efecto, no la causa de su homogeneidad racial. Que los pueblos indígenas de las Américas, Australia, etc. decayeron o desaparecieron ante la colonización de los europeos, no puede ser atribuido a una innata superioridad física o mental de los europeos. Los indígenas, diezmados, no desaparecieron físicamente, pero su cultura fue destruida. Esto no es un caso de inferioridad racial, sino el resultado de una falta de asimilación cultural. No hay pruebas para admitir un mejoramiento mental de la raza dentro de los tiempos que conocemos. Sabemos de las hazañas documentadas de la historia que la raza humana no se ha mejorado en estatura ni fuerza durante dos mil años. La civilización moderna está muy por encima de las que nos han precedido y de las razas contemporáneas menos adelantadas. Pero esto no es porque somos racialmente más altos, sino porque estamos en la cima de una pirámide de desarrollo humano. Las diferencias entre las gentes de colectividades de distintos lugares y tiempos no resultan de diferencias entre los individuos, sino de las condiciones bajo las cuales los individuos viven y se organizan en sociedad. Los descubrimientos de una época forman el peldaño común para los adelantos de la siguiente. Así que, el progreso humano avanza a medida que los adelantos hechos por una generación quedan asegurados como propiedad común de la siguiente, y a su turno, sirven de punto de partida para otros nuevos adelantos.
La ley del progreso humano? Debe enseñarnos las condiciones esenciales del progreso, y distinguir cuales ajustes sociales lo avanzan o lo retroceden. La corta duración de la vida humana sólo permite que cada individuo avance un poco, y así, cada generación de una colectividad sólo puede contribuir un adelanto limitado al progreso humano. El poder mental es el motor del progreso, y el hombre tiende a avanzar en proporción al poder mental que él puede dedicar a aumentar y mejorar el saber, los métodos de producción, y las condiciones sociales. El poder mental que se puede destinar a fines progresivos es solamente el que sobra después de gastar lo exigido por fines no progresivos. Estos fines no progresivos, que consumen el poder mental, pueden ser clasificados de “mantenimiento” y de “conflicto.” Comparando la sociedad a una lancha, vemos que su avance por el agua depende, no del esfuerzo total de la tripulación, sino del esfuerzo coordinado para hacer avanzar la lancha. El poder mental puede liberarse para aplicaciones más elevadas sólo por medio de la asociación de los hombres en colectividades. Por esto, la asociación es la primera condición esencial del progreso. El avance se hace posible cuando los hombres se reúnen en asociación pacífica. Y como el poder mental gastado en el conflicto será mayor o menor según que se niega o se reconozca la igualdad de los derechos humanos, la equidad es la segunda condición esencial del progreso. Por lo tanto, la asociación en equidad es la ley del progreso. Explica todas las diversidades, todos los avances, todas las detenciones, y todos los retrocesos. En cuanto se provoca el conflicto, o la asociación engendra la desigualdad de condiciones y de poder, esta tendencia al progreso disminuye, se detiene, y finalmente retrocede. El poder mental de los pueblos se desperdicia en gran parte en la guerra y sus preparativos. Sufren la destrucción de la riqueza, masacres de poblaciones, y una constante obstaculización del comercio. En tales condiciones, el progreso no puede avanzar, pues la guerra es la negación de la asociación. Cuando pequeñas tribus, principados, o naciones existen en un estado de guerra continuo que impide su avance, el primer paso a su civilización es que una poderosa tribu, soberano o nación les conquiste y les una en una sola colectividad. Con el conflicto minimizado, esta mayor colectividad puede progresar. El comercio también promueve la asociación. El comercio es una forma de asociación y cooperación. Esto tiende a engendrar intereses opuestos a la guerra. La religión, aunque ha dividido pueblos e inspirado la guerra, también ha sido el medio de promover la asociación pacífica. Con la liberación del poder mental por medio de la asociación o “integración” de la sociedad, la sociedad se hace más compleja, y sus individuos se hacen menos independientes. Este proceso de integración, con la especialización de funciones y poderes que engendra, es vulnerable al desarrollo de la iniquidad. Mientras la sociedad progresa, el hábito de mantener los arreglos sociales anteriores promueve la concentración del poder colectivo en las manos de una sola parte de la comunidad. Luego, esta desigual distribución de la riqueza y el poder político que avanza con el progreso tiende a profundizar la existente desigualdad aun más. Al mismo tiempo, la idea de la equidad y la libertad se oscurece por la tolerancia habitual a la injusticia. De igual manera, la conservación del orden interno, la administración de la justicia, la construcción y el mantenimiento de las obras públicas, y, notablemente, la práctica de la religión, tienden a pasar al mando de clases especiales cuya disposición es de magnificar sus funciones y extender sus poderes. Pero, la causa mayor de la iniquidad es el monopolio natural proporcionado por la propiedad privada de la tierra. En cuanto que la población se vuelva densa y suba la renta de la tierra, opera para despojar al productor de su salario. La clase dominante, concentrándose el poder en sus propias manos, pronto concentra la propiedad de la mejor tierra para ellos mismos también. Una vez que se establezca la iniquidad, la propiedad de la tierra tiende a concentrarse al grado que proceda el desarrollo. La desigual distribución de la riqueza y del poder tiende a frenar y desplazar la fuerza que mejora y avanza la sociedad. Entonces, la sociedad termina con una clase esclavizada y una clase dominante. Las religiones quedan convertidas en instrumentos de represión. El conocimiento y la sabiduría que pudiesen alumbrar la conciencia popular vuelven desprestigiados y reprimidos. Roma se levantó a raíz de la asociación de sus agricultores independientes y los ciudadanos libres, pero la tendencia a la iniquidad impedía el progreso real desde el inicio. Así que, la barbarie que arrolló Roma no vino desde afuera, sino crecía desde adentro. Fue la obligada consecuencia de un sistema que había convertido provincias de pequeños agricultores independientes en grandes propiedades privadas trabajadas por siervos y esclavos. La civilización moderna debe su superioridad al crecimiento de la justicia al lado del crecimiento de la asociación. Jefes de tribus y príncipes feudales se apoderaron de la soberanía local y cada uno limitaba el poder del otro. El pontificado impedía la unificación absoluta del poder religioso con el poder político mundano, y la iglesia promovía la asociación, y fue un testigo a la natural igualdad de los hombres. Lo que ha hecho nuestra civilización moderna tanto más grande y elevada que cualquier anterior a ella es el gran aumento de la asociación. La guerra, que es lo contrario de la asociación, no puede ayudar al progreso, a menos que sea para impedir más guerras o derribar barreras antisociales. La esclavitud nunca ha contribuido, ni pudo contribuir, al mejoramiento y al progreso. En una colectividad esclavista, las clases altas pueden adquirir lujo y refinamiento, pero nunca la creatividad inventiva. Todo lo que degrada al trabajador y le roba los frutos de su trabajo, sofoca el espíritu de la innovación e impide utilizar los inventos y los descubrimientos, aun cuando ya se hayan hecho. En cuanto la organización social promueva la justicia, reconozca la igualdad de derechos, y asegure a todos la perfecta libertad que sólo está limitada por la igual libertad de los demás, la civilización ha de progresar. En cuanto deje de actuar así, la civilización ha de estancarse y retroceder.
La conversión de la propiedad privada de la tierra en propiedad común impulsaría un enorme adelanto a la civilización, mientras que, al hacer lo contrario, la civilización tendrá que retroceder. Existe una creencia dominante que despreciaría cualquier insinuación de que nuestra civilización no está avanzando constantemente en todo aspecto. Cuando Roma estaba todavía expandiendo su imperio, sin que nadie lo reconociera, ya se había iniciado su retroceso. Cada civilización anterior ha sido detenida o destruida resultado de la desigual distribución de la riqueza y el poder. Esta misma tendencia está operando con mayor intensidad en nuestra civilización hoy día. Lo más rápido que progrese la colectividad, lo más intenso es el afecto. La historia de la civilización moderna es la historia de estas luchas y los triunfos de la libertad personal, política y religiosa. El efecto inicial de la igualdad política es una más equitativa distribución de la riqueza y el poder. Sólo es cuando el progreso material avanza suficientemente que la desigualdad que resulta de la propiedad privada de la tierra se manifiesta fuertemente. Así que, la equidad política absoluta en sí no impide la desigualdad que surge de la propiedad privada de la tierra. Un gobierno por sufragio universal y teórica igualdad puede con la mayor facilidad convertirse en el despotismo en nombre del pueblo y con el poder del pueblo. La empobrecida mayoría está dispuesta a vender su voto al mejor postor o seguir al demagoga más estrepitoso. La clase de ricos se habrá hecho demasiado rico para perder sus lujos, no obstante el modo de administración pública. Donde hay algo así como una equitativa distribución de la riqueza, cuanto más democrático sea el gobierno, mejor será éste; pero donde hay una gran desigualdad en la distribución de la riqueza, cuanto más democrático sea el gobierno, peor será éste. En una democracia corrompida, la tendencia siempre es de dar el poder al peor. Los mejores hombres gravitan hacia el fondo, los peores flotan a lo alto. Mientras tanto, el carácter nacional asimila las cualidades corruptas con que se gana el poder y el respeto. La tolerancia a la corrupción y la delincuencia hasta se convierte en la admiración. Así, al fin, un gobierno democrático corrupto corrompe al pueblo. Esta transformación del gobierno popular en un despotismo avanza rápidamente en nuestro propio país, delante de nuestros ojos. El poder del dinero influye, y el pueblo vota con más despreocupación; las diferencias políticas dejan de ser diferencias de principios, y los partidos caen bajo la dirección de lo que en el gobierno general serían oligarquías y dictaduras. El desarrollo de la industria y del comercio obliga a todo trabajador a que se busque un patrón. Existen señas claras de que realmente estamos regresando a la barbarie. Si un hombre roba suficiente riqueza, su castigo sólo resultará en que pierda una porción de su botín. Ya no se cree tanto en la democracia como origen del progreso nacional; y la población en general se está acostumbrando a la creciente corrupción. La perspectiva popular bien duda que haya un hombre honrado en cargos públicos, o bien le cree tonto o débil si no aprovecha las oportunidades particulares que su puesto le presente. No obstante, insinuar hoy día la posibilidad de que nuestra civilización puede decaer y retroceder parece una locura de pesimismo. En la decadencia de la civilización, los pueblos nunca bajan por el mismo camino que subieron. La decadencia en el gobierno no nos regresará a la monarquía o al feudalismo, sino nos llevará a nuevas formas de tiranía o anarquía. El retroceso de la civilización, que sigue un período de progreso, puede ser tan gradual que en su tiempo no llama la atención; hasta la mayoría de la gente necesariamente ha de interpretar la decadencia como adelanto. Cuando empieza la decadencia, el retorno a la barbarie, donde no sea considerado en sí mismo como un progreso, parecerá necesario para hacer frente a las exigencias de los tiempos. Todos estos son síntomas del retorno a la barbarie, propuestos, defendidos, y ejecutados como medidas necesarias para el avance de nuestra gran civilización. Es aparente que, en las actuales corrientes de opinión y gusto, ya hay claras señales de retroceso. Es probable que esta época sea considerada como el punto culminante en que terminó el progreso y empezó la más visible decadencia de nuestra civilización. En todos los países civilizados, la pobreza, la delincuencia, la locura y el suicidio van en aumento, tanto como las enfermedades resultados de la hipertensión, la desnutrición, y las condiciones generales antihigiénicas y peligrosas en que la mayoría de las poblaciones se ven obligadas a vivir y trabajar. Aunque el saber siga aumentando, la invención adelante, y las ciudades se extiendan todavía, la civilización ha empezado a decaer cuando, en proporción a la población, nos vemos obligados a construir más y más cárceles, más y más asilos, y más y más manicomios. Si esto fuera acompañado por una idea definida sobre la manera de lograr el alivio, pudiese ser un signo de esperanza. Pero, los cambios recientes no han sido avances a nuevas formas elevadas. Algún gran cambio ha de venir. O será un salto adelante que abrirá paso a progresos aún no soñados, o un hundimiento que nos retornará a la barbarie.
Los males que surgen de la injusta y desigual distribución de la riqueza no son incidentes del progreso, sino tendencias que han de detenerlo. No se curarán por sí solos, sino que, por el contrario, si no suprimimos su causa, han de aumentar más y más, hasta que nos retrograden a la barbarie. Las leyes naturales no imponen estos males, sino que proceden únicamente de desarreglos sociales que violan la ley natural. Al permitir el monopolio privado de las oportunidades naturales que la Tierra ofrece libremente a todos, hemos desairado el principio fundamental de la justicia. Al suprimir esta injusticia, extirparemos la gran causa de la antinatural desigualdad en la distribución de la riqueza y el poder. La reforma que proponemos es la realización de la letra y el espíritu de los derechos humanos enunciados en la actual Constitución Política de Nicaragua. Estos derechos quedan enterrados al negar el igual derecho a la tierra, la cual es la base fundamental e indispensable de la vida humana. Sin el igual derecho a la tierra, al aumentar la población y progresar los inventos, la libertad política se convierte simplemente en la libre competencia para empleos con salarios de hambre. La Justicia es la ley natura. La Libertad es la fuente, la madre, la condición necesaria para la virtud, la riqueza, el saber, la invención, y el vigor nacional. Donde la Libertad se levanta, crece la virtud, aumenta la riqueza, cunde el saber, y se multiplica la invención. En nuestra era, como en las anteriores, avanzan las insidiosas fuerzas que, produciendo desigualdad, destruyen la Libertad. De nuevo, tenemos que despertarnos y buscar la Libertad. No basta que los hombres voten; no basta que en teoría sean iguales ante la ley. Han de tener libertad para aprovechar las oportunidades y los medios para ganar una vida sana y segura; han de estar en igualdad de condiciones respecto a los dones de la naturaleza. Nuestra institución social primaria, la propiedad privada de la tierra, es una negación de la justicia. Al permitir que un hombre posea la tierra de la cual han de vivir otros hombres, hemos convertido a éstos en esclavos a un grado que aumenta a medida que el progreso material avanza. Una civilización fundamentada así, no puede subsistir. Las leyes eternas del universo lo prohíben. No es el Todopoderoso, sino somos nosotros los responsables del vicio y la miseria que envenenan nuestra civilización.¿Osaremos responsabilizar al Creador pidiéndole alivio? Supongamos que nuestra súplica fuera escuchada. ¿Disminuiría la pobreza o se aliviaría la necesidad? ¡Pues, no! Las rentas subirían, pero los salarios continuarían al nivel de la mera subsistencia. El efecto de los inventos y de la mayor productividad ha sido exactamente lo mismo. El de hacer una minoría más rica, y la gran mayoría más desamparada. ¿Puede continuar esta situación? Han venido al mundo fuerzas que nos propulsarán hacia una mayor altura, o bien nos aplastarán. Mientras aún hay tiempo, si nos volvemos a la Justicia, si confiamos en la Libertad y la seguimos, desaparecerán los peligros que nos acosan, y las fuerzas que nos amenazan se convertirán en agentes de levantamiento. ¿Qué podríamos lograr con los poderes hoy despilfarrados.
La solución que proponemos hallará siempre más y más amigos entre los que perciben y sienten compasivamente la privación, la miseria, la ignorancia, y el embrutecimiento causados por las actuales instituciones sociales injustas. La Verdad que hemos encontrado nos ha otorgado la luz de un objetivo en el horizonte, pero mirando la solución, nos preguntamos, ¿cómo podemos llegar allí? Y más significante, ¿qué puede hacer el individuo promedio como soy yo? Las ideas erróneas que para el individuo desalientan la esperanza por un cambio significativo hacia un mundo justo en nuestros tiempos tienen sus raíces en tres doctrinas: 1) que hay una tendencia a procrear más seres humanos de los que se pueden sustentar; 2) que el vicio y la miseria resultan de las leyes naturales y necesariamente son el precio del progreso; y 3) que el progreso humano es resultado de una lenta evolución de raza. Estas doctrinas, generalmente consideradas verdades indiscutibles, reducen al individuo a la insignificancia, y destruyen la idea de que la existencia del individuo o de lo que llamamos las cualidades morales puedan tener cualquier reconocimiento o impacto influyente en el orden del universo. Pero, hemos visto que la población no tiende a sobrepasar las subsistencias. Hemos visto que el desperdicio de las fuerzas humanas y la profusión del sufrimiento no proceden de las leyes naturales, sino de la ignorancia y el egoísmo humano que nos impide adaptarnos a estas leyes. Hemos visto que el progreso humano no se efectúa cambiando la naturaleza del hombre, sino que, por el contrario, la naturaleza humana siempre ha sido la misma. Ahora, liberada como la hemos liberado, y en su propia armonía, la Economía Política irradia esperanza. Bien comprendidas, las leyes que determinan la producción y la distribución de la riqueza demuestran que la privación y la injusticia del presente estado social no son inevitables. Por el contrario, demuestran que es posible un estado social en el que se desconozca la pobreza, y en el que todas las mejores y más altas facultades de la naturaleza humana encuentran la oportunidad para desarrollarse completamente. Además, cuando vemos que el desarrollo social no es gobernado por una preferencia divina ni por un destino cruel, sino por una ley que es a la vez inmutable y benéfica; cuando vemos que la voluntad humana es el gran factor decisivo, y que nuestra situación es la que nosotros mismos creamos; cuando vemos que la ley económica y la ley moral son esencialmente una sola cosa, y que la verdad adquirida por el esfuerzo de la inteligencia no es sino la misma verdad que el sentido moral alcanza por una rápida intuición; entonces, un torrente de luz irrumpe en el problema de la vida individual. De los incontables millones de personas como nosotros, sus humildes vidas ya no parecen tanto como desperdicios insignificantes. Las leyes reveladas por la Economía Política no revelan un progreso inevitable e involuntario, sino un progreso cuya fuerza inicial es la voluntad humana. Los avances en que consiste la civilización no se almacenen en la evolución de la raza, sino se encuentran en la estructura y la forma de la sociedad que nosotros, como individuos, desarrollemos en comunidad.
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