Resumen condensado del LIBRO PROGRESO Y MISERIA de HENRY GEORGE, CUARTA EDICIÓN ABREVIADA, usada en el curso "COMPRENDER LA ECONOMÍA." |
Al sustituir los numerosos tributos corrientes por un impuesto único sobre el valor de la tierra, la producción avanzaría con una rapidez e inteligencia incalculable, y los aumentos al valor de la tierra que resultarían proporcionarían un fondo cada vez mayor para los usos comunitarios. El actual sistema tributario obra sobre la energía, la laboriosidad, la destreza, y el ahorro como una multa impuesta a estas cualidades. Si trabajamos construyendo una casa y mejorando nuestro terreno, mientras el vecino deja su terreno en monte, el recaudador de impuestos nos grava, pero deja casi exento al vecino. Si ofrecemos un servicio al público, el Estado nos impone impuestos como si nuestro negocio fuera una violación contra el orden público. Estos impuestos pesan definitivamente en el aumento de los precios. Aplicado el remedio del impuesto único sobre el valor de la tierra, el gobierno, en vez de decir, como ahora: “Cuanto más que Ud. aumente la riqueza general más impuestos pagará,” diría al productor: “Sea tan activo, tan ahorrador, tan emprendedor como quiera y retendrá toda su recompensa; no será multado por aumentar la riqueza de la comunidad.” El valor, o renta, de la tierra de la comunidad aumenta con cada incremento de la producción general, un fondo que el Estado puede adquirir sin negar al trabajo y al capital el estímulo de su plena recompensa. Trasladar la carga tributaria, que ahora grava la producción y el cambio, al valor de la tierra, abriría nuevas oportunidades para todos los productores. Pues, responsable por el impuesto sobre el valor de la tierra, nadie querría retener una tierra sin usarla. El precio de la tierra bajaría dramáticamente porque la práctica de monopolizarla para la especulación ya no sería rentable. Los incontables hectáreas, antes negadas al trabajo debido a los precios inalcanzables, serían puestas al uso, alquiladas o vendidas a precios nominales, o simplemente abandonadas por sus antiguos dueños. La demanda de los que quisieran usar la tierra determinaría su valor; y si los impuestos cobraran casi todo ese valor, alguien que quisiera retener una tierra sin usarla tendría que pagar su valor al Estado. Esto no ocurriría sólo en la tierra agrícola y minera, sino en toda la tierra urbana y suburbana también. El impuesto único sobre el valor de esa tierra impulsaría la construcción y la mejoras sobre ella. Quien plantara un huerto, o sembrase un campo, o edificara una casa, o construyese una fábrica, por mucho que estas obras le costaran, no tendría que pagar más en impuestos que el valor que hubiera pagado si hubiese dejado la tierra ociosa. El agricultor ya no tendría que pagar la mitad de sus caudales, o hipotecar su capital y muchos años de trabajo, para obtener una tierra que pudiese cultivar. Y lo que cada año se pagaría al Estado sustituiría todos los impuestos que ahora gravan las mejoras, las maquinarias, y las existencias. Competirían los empleadores para atraer trabajadores. Como resultado, los salarios subirían y los trabajadores recibirían la justa recompensa por su trabajo. Frente a la mayor capacidad de los trabajadores para establecerse en negocios propios, resultaría imposible que los hombres capaces y dispuestos de trabajar no pudiesen encontrar empleo rentable; las repetidas crisis que paralizan la industria cesarían; aumentaría la industria y el comercio por todos lados, y aumentaría la riqueza de todos y de cada uno.
Mediante el progreso, la propiedad privada de la tierra proporciona un poder a los propietarios de confiscar una proporción cada vez mayor de la riqueza producida por el trabajo y el capital. Para contrarrestar esta tendencia de desigualdad, simplemente hemos de desgravar al trabajo y al capital de todo cargo tributario, directo e indirecto, y transferir este cargo a la renta de la tierra. Recaudando toda la renta*, la causa fundamental de la desigualdad económica y social quedaría totalmente eliminada. La renta, en vez de causar la desigualdad, como lo hace ahora, promovería la igualdad. De este modo, la riqueza producida en la comunidad sería dividida en dos partes. Una parte sería los salarios y el interés retenidos por los productores individuales de acuerdo a la contribución productiva de cada uno. La otra parte, la renta de la tierra, sería para toda la comunidad, distribuida en beneficios públicos. Los salarios y el interés son determinados por el margen de producción. Salario + Interés = Producción – (Renta natural + Renta especulativa + Impuestos). Con la tributación aplicada solamente al valor de la tierra, el trabajo y el capital no sólo ganarían lo que ahora les restan los impuestos corrientes, también ganarían lo que ahora les niega la renta especulativa, es decir, la diferencia entre la renta especulativa y la renta “natural.” Así, el nivel básico de los salarios y del interés llegaría a ser mucho más alto que aquello encontrado bajo el actual régimen de la propiedad privada de la tierra. Salario + Interés = Producción – (Renta natural). Al avanzar el progreso material, las condiciones de las masas mejorarían constantemente. En vez de una sola clase rica, todos resultarían más ricos. Pues, el mayor poder productivo no podría ser monopolizados por nadie. Muchos países dedican una parte significativa de su presupuesto intentando en vano aliviar los síntomas de la pobreza. Pero, todo lo que gastan hacia ese fin no es el mayor costo de la desigual distribución de la riqueza. A esto hay que sumar el costo de el paro forzoso; las enfermedades generadas; la mortalidad infantil; los desgastes en las industrias que promueven los varios vicios y adicciones asociados con la pobreza; el costo de la delincuencia; la ignorancia y el vicio producidos por la desigualdad y la inseguridad, y las incontables formas perversas de corrupción y desperdicio. El aumento de los salarios y la apertura a nuevas oportunidades de empleo que resultarían de la transferencia del cargo tributario a la renta de la tierra no sólo aliviarían la sociedad de estas enormes pérdidas, también agregaría un nuevo poder al trabajo. La segura expectativa de salarios estables y más altos estimula la autoestima, la inteligencia, y la energía del trabajador. Al levantar el nivel general de seguridad, comodidad, e independencia de las masas, su inteligencia, y la voluntad de aplicarla, aumentarían también. ¿Quién puede adivinar hasta que altura podría llegar la productividad del trabajo si los productores recibiesen su justa porción de la riqueza que producen? Aun limitados a las tecnologías corrientes, los avances serían incalculables. La famosa aptitud de invención de los norteamericanos se derivó de los incentivos de sus mayores salarios. Los efectos negativos de la mecanización y la tecnología percibidos por las clases laborales desaparecerían porque, con la mejor tierra siempre accesible al trabajo, la mayor productividad abriría oportunidades alternativas para las varias formas de trabajo. La igualación de la distribución de la riqueza probablemente disminuirá la intensidad con que los hombres se dedican a buscar la acumulación de la riqueza. Garantizado igual acceso a las oportunidades naturales, asegurado igual oportunidad a una recompensa digna por el trabajo y la inversión productiva, y dotado con una igual participación en los beneficios comunales del progreso, ¿quién gastaría la mayor parte de su energía intentando acumular grandes fortunas?
La reforma propuesta es recomendable para todos aquellos cuyas conveniencias como dueños de tierras y otros monopolios naturales no excedan mucho a sus conveniencias como trabajadores y/o capitalistas. Y aunque los latifundistas y otros monopolistas grandes perderían sus injustas ventajas económicas, aun ellos experimentarían una ganancia neta. Pues, el aumento de la producción sería tan grande que los salarios y el interés se aumentarán mucho más comparados a la cantidad de renta que los propietarios de la tierra perderían. El cambio al impuesto único sobre el valor de la tierra (IVT) beneficiaría enormemente aquellos que viven exclusivamente de su trabajo. En igual medida, beneficiaría a los que viven en parte de su trabajo y en parte de ingresos recibidos por la aplicación o comercio de su capital. Finalmente, podemos incluir en la lista de beneficiados todos aquellos que reciben ingresos derivados de inversiones en cualquier actividad económicamente productiva. El comerciante o profesional que ha obtenido el terreno y la casa en que vive sería un ganador. Aunque tendría que pagar un impuesto de acuerdo al valor de su tierra, quedaría libre de impuestos sobre su casa y mejoras, sobre sus muebles y propiedad personal, y sobre lo que come, bebe, y se viste su familia. Mientras tanto, sus ingresos aumentarían mucho por su mayor salario y debido a la mayor y constante actividad económica en su comunidad. Entre todos, menos los trabajadores no calificados, el agricultor que posee una pequeña finca que cultiva con su propio trabajo beneficiaría lo más. Bajo el sistema actual, tomando todo en cuenta, el peso tributario cae con excepcional severidad sobre ellos. Las tierras de los agricultores suelen ser gravadas injustamente debido a sus mejoras. Todos los impuestos sobre la fabricación, la importación, el comercio y el transporte, suben severamente los precios de los insumos a los agricultores. El agricultor sería un gran ganador también porque el impuesto no recaería en mayor grado sobre las tierras de las comarcas agrícolas, donde la tierra es relativamente barata. Gravaría lo mismo la tierra mejorada que la tierra ociosa, así eliminando la especulación y abriendo más tierra para la cultivación a bajo costo. En efecto, el agricultor no pagaría casi nada de impuestos hasta que los terrenos en sus alrededores llegasen a ser bien poblados. La eliminación de la especulación en los valores de la tierra, la cual resultaría del cambio al impuesto único sobre el valor de la tierra, tendría un efecto positivo sobre la distribución de la población. La población se esparciría donde estuviera demasiada concentrada, y se concentraría donde estuviera demasiado esparcida. La gente del campo se concentraría formando pueblos modernos en las zonas más rentables de la producción agrícola. La vida del agricultor se enriquecería notablemente en lo intelectual y lo social tanto como en lo material. Al recaudar la renta de la tierra a los más privilegiados, la carga tributaria no tocaría sus edificios, ni sus diversos bienes muebles, y aunque es cierto que reduciría sus grandes fortunas, les quedaría mucho que podrían disfrutar. En resumen, bajo el sistema del impuesto único sobre el valor de la tierra, la riqueza aumentaría enormemente, y sería distribuida de acuerdo al grado de que la industria, el conocimiento, y la prudencia de cada uno contribuyera a la producción total. Con el monopolio desterrado, ya no existiría la amenaza de las excesivas de concentraciones de las grandes fortunas.
Una vez determinada y aceptada la reforma en principio, los detalles de su aplicación se arreglarán con facilidad. Notable entre estos cambios sería la gran simplificación que se haría posible en el gobierno. Reglamentar y recaudar los múltiples impuestos sobre la producción, evitar y castigar la evasión, y registrar e inspeccionar los movimientos relacionados en toda la economía a no serían necesarias. La administración de justicia experimentaría semejante ahorro. Disputas sobre la propiedad de tierras no existirían. Pronto desaparecerían de la sociedad los ladrones, los estafadores, y las otras clases de criminales que provienen de la desigual distribución de la riqueza. La administración de justicia dejaría de absorber tantos recursos y atención. Las funciones legislativas, judiciales y ejecutivas del gobierno se simplificarían enormemente. Los costosos ejércitos permanentes no quedarían por mucho tiempo. Las deudas nacionales, especialmente de los países “subdesarrollados,” podrían ser negociadas a términos mucho más favorables. Podrían ser pagadas por el impuesto único sobre el valor de la tierra. De este modo, la sociedad se aproximaría al ideal democrático de Jefferson y Sandino, con la independencia económica y el balance de poder entre los individuos. Al mismo tiempo, y al mismo grado, se haría posible acercarse a los ideales más nobles del socialismo, con la transformación del gobierno de un poder imponente, intruso y represivo en un poder respetuoso, servidor y facilitador. El Estado tendría una creciente capacidad de financiar ilimitadas formas de obras y servicios públicos. Ya no sería gobernado por el caudillismo, ni haría el papel de “big brother,” sino sería meramente la agencia por la cual la propiedad común sería administrada para el beneficio común. Consideremos los cambios profundos que ocurrirían en la vida social resultados de una reforma que garantizaría al trabajo y el capital su plena recompensa; que eliminaría la escasez y el temor de este; que daría a todos la libertad de desarrollarse naturalmente hasta su más alta potencial. ¿Qué es lo que hace la vida civil parecer más bien una especie de guerra cuyas armas son la astucia, el chantaje, y el fraude? ¿No surge, realmente, de la pobreza y del temor de ella? Porque, en medio de la abundancia del progreso, la pobreza no es meramente la privación material; significa la vergüenza personal, la humillación social, y la degradación espiritual. De este infierno de pobreza, es natural que los hombres hicieran todo esfuerzo para escaparlo. Los hombres cometerán actos odiosos, deshonestos e injustos antes de permitir la posibilidad de que su madre, esposa o hijos sufran la degradación o el temor de la miseria. Y en esta lucha para obtener y acumular riqueza, también influye uno de los motivos más fuertes y universales de la acción humana: el deseo de ganar la aprobación por medio del respeto, la admiración, o la simpatía de nuestros semejantes. El látigo de la pobreza, y el temor de ella, hacen que la gente admire, más que cualquier otra cosa, la posesión de riqueza. Así que, hacerse rico es hacerse respetado, admirado, e influyente. Es una adicción tiránica a las satisfacciones más sutiles que otorgan la riqueza: el poder, la influencia, la admiración, el respeto. El miedo de perder su privilegiada posición social es lo que hace al rico tan poco dispuesto de separarse de su riqueza. El cambio que proponemos eliminaría las condiciones que así distorsionan hasta los buenos impulsos humanos. Dar al trabajo mayor oportunidad y su plena recompensa, tomar en beneficio de toda la comunidad el fondo de la renta pública creada por el aumento de la misma comunidad, y desaparecería la miseria y el temor a ella. Con la abolición de la miseria y del temor a ella, decaería la admiración a las fortunas. Corta de vista es la filosofía que cuenta con el egoísmo como el motivo más fuerte de la acción humana. Todo lo que un hombre tiene, lo dará por su vida; esto es interés propio. Pero fieles a impulsos más nobles, los hombres darán hasta la vida. Hay una fuerza que sobrepuja y destierra el egoísmo. Lo único que impide el desarrollo social armónico es la injusticia que produce la desigualdad, que en medio de la abundancia tortura a los hombres con la miseria o los agobia con el temor a la miseria. Imaginemos el escenario de una elegante cena de hombres y mujeres bien educados. No se disputan los manjares. Los hombres codiciarán la comida cuando no estén seguros de que haya una justa y equitativa distribución que les dé suficiente. Pero cuando hay seguridad de tener suficiente, dejan de codiciarla. Y así, en la sociedad como está constituida hoy, la gente codicia la riqueza porque las condiciones de distribución son tan injustas. Una equitativa distribución de la riqueza que librase a la gente del temor a la miseria eliminaría la causa de la codicia a la riqueza. En el famoso Titanic, en segunda clase, no había un reglamento ordenado de distribución que asegurara un buen servicio. Así que, a la hora de comer, el ambiente siempre degeneraba en una especie de lucha libre entre los pasajeros para obtener la comida. La diferencia no era en el carácter o la cultura de los pasajeros; era en las diferencias de las condiciones. Algunos dirían, no obstante, que al desterrar la miseria y el temor a ella, destruiríamos el estímulo al esfuerzo humano; que sería la muerte del progreso. Este es el argumento de los antiguos dueños de esclavos. Aun satisfaciendo todas nuestras necesidades, todavía nos quedarán todos nuestros deseos ilimitados. No es el trabajo en sí lo que repugna al hombre, lo es sólo el esfuerzo que no produce nada. Esforzarse día tras día y no lograr más que lo indispensable para vivir, esto es un castigo infernal. El hecho es que las grandes obras y los grandes avances de la humanidad no han sido iniciados e impulsados por el trabajo de esclavos. En un estado en que la seguridad económica fuera garantizada, la dedicación a la calidad del trabajo aumentaría enormemente. Es probable que el resultado de la reforma que proponemos diese lugar a que la organización del trabajo, dondequiera que fuera empleada una gran cantidad de capital, tomara la forma cooperativa. Esto resultaría porque la más equitativa distribución de la riqueza juntaría el capitalista y al trabajador en una misma persona. En toda ocupación el cerebro auxiliaría a la mano. La brevedad de la jornada, la variedad, y la alternación de las ocupaciones manuales con las intelectuales. Resultarían avances en los métodos de producción que ahora ni podemos imaginar. El mayor de los despilfarros debidos a la actual organización social es el despilfarro del poder mental. Por cada uno que realice su potencial, cuántos quedan oprimidos y negados? Todo lo que necesitan para desarrollar estos talentos es su igual oportunidad de producir rentablemente con su labor, y su igual participación en los beneficios comunales de la renta de la tierra. El cambio que proponemos, ¿no sería para el bien de todos, incluso para el mayor terrateniente? Regrese a CEIHG Menú page / Curso CE
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